
Escuelas católicas en Jordania
Pequeños milagros entre los pupitres

Viaje a las escuelas
católicas del Reino hachemita. Historia y actualidad de
una forma de presencia cristiana que siempre ha gozado
de consenso social incluso entre la mayoría musulmana |
por Gianni Valente
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A las ocho de la mañana, como
todos los santos días, tras deambular de un lado a otro esperando el
timbre, los muchachos del “Tierra Santa” College se colocan en filas
silenciosas en el patio de la escuela, divididos por clases, bajo la
mirada seria de Abuna Rashid, el director. Mientras el pequeño Jaled
iza una bandera “formato mini” de Jordania, todos los demás,
cristianos y musulmanes, invocan juntos al único Dios Padre de todos
(«Señor, bendícenos, bendice a nuestra nación y a nuestra escuela.
Ilumina nuestras mentes y danos la paz»). Luego arranca la música, y
como buenos ciudadanos, unos con gran ardor y otros más desganados,
entonan juntos el himno nacional («¡Viva el rey, viva el rey! ¡Alta
es su reputación, sublime su rango. Arriba sus banderas!»). Luego
rompen filas alegres y ruidosos y se dirigen por los corredores a
las clases donde, además de crucifijos y retratos del rey Abdulá II,
en las últimas semanas han aparecido también los pesebres, los Papá
Noel y las otras decoraciones de la Navidad. Ninguna madre con velo,
ningún padre de los que asisten a la mezquita de al lado han dicho
nada.
En lo que ahora es
una entrada lateral aparece escrito “1948”, año de la fundación de
la escuela. El Reino hachemita de Jordania daba sus primeros e
inciertos pasos por el campo minado medio-oriental y los padres de
la Custodia de Tierra Santa sobre la colina de Habdale acababan de
levantar su escuela, que sigue siendo una de las más prestigiosas
del país y de todo Oriente Medio. Su fundador, san Francisco, ya en
1221, en su primera regla había hablado con claridad: que los
frailes que van entre los musulmanes «no hagan riñas o disputas,
sino que estén al servicio de todos». Consigna respetada. A su modo,
también las fotos de época colgadas de las paredes –con un
jovencísimo rey Husein rodeado por los frailes, luego con el
príncipe Hasan y otros miembros de la casa real de visita en las
ceremonias oficiales de la comunidad escolar– expresan la
ininterrumpida gratitud de la joven nación islámica, regida por
reyes que se proclaman descendientes de Mahoma, por la obra
desarrollada por el colegio franciscano y todas las otras escuelas
cristianas a favor de la juventud árabe del país. «Estamos
orgullosos de nuestras escuelas cristianas, por la aportación
insustituible que dan a nuestra sociedad. Con ellos nunca hay
problemas. Respetan siempre las reglas ministeriales sobre el número
de estudiantes por aula, los programas escolares y los libros de
texto», dice complacido y agradecido Abd al-Mayid al-Abbady,
dirigente del Departamento para las escuelas privadas del Ministerio
de Educación.
Si en muchas
sociedades de Oriente Medio la presencia laboriosa de los cristianos
corre el peligro de ser vista como un cuerpo extraño en lenta aunque
inexorable extinción, la vitalidad y arraigo social de las escuelas
cristianas en Jordania se convierten
ipso facto
en un “caso” interesante.
Una cosa buena para
todos
En Karak, a 130
kilómetros al sur de Amán, el perfil del castillo cruzado destaca
desde lejos en el paisaje desértico y sin recursos, ni debajo ni
encima de la tierra. De la fortaleza, desde donde se desencadenaba
el sanguinario príncipe Reginaldo de Chatillon, símbolo funesto de
la cristiandad en armas, quedan pocas ruinas. Sin embargo, la que
está viva y llena de voces es la pequeña escuela del Patriarcado
latino, precisamente donde fue fundada en 1876 por don Alessandro
Macagno, el mítico Abuna Skandar, que predicaba el Evangelio a las
tribus de beduinos cristianos de Transjordania, viviendo como ellos
en la tienda, y llevando consigo un altar móvil para celebrar la
eucaristía. En aquel tiempo el gobernador otomano no quería conceder
el permiso: fueron los habitantes del lugar, cristianos y musulmanes
juntos, los que vencieron las resistencias. También los beduinos
musulmanes habían comprendido que podían esperarse solo cosas buenas
de aquel hombre humilde y pío que les enseñaba a leer y a escribir,
mientas que los funcionarios locales del aparato civil otomano
conocían solo la brutal ansia de prebendas y sobornos.
En la segunda mitad del siglo
XIX, las fundadas en Transjordania por los curas del recién erigido
Patriarcado latino de Jerusalén fueron las primeras escuelas
abiertas en un mundo cerrado y marginal, definido por las mezquinas
leyes sociales del tribalismo. Enseñar a quien no sabe es una obra
de misericordia espiritual. Y la enseñanza ofrecida a todos –cristianos
y musulmanes, pobres y ricos, tribus del norte y tribus del sur– fue
la llave maestra que permitió al testimonio apostólico echar raíces
en tierra árida, en zonas rurales o desérticas, que durante siglos
no habían visto ninguna iniciativa pastoral católica. Todavía hoy,
tanto en Karak como en Salt, en Hoson como en Ajlun, en Ader como en
Anjara, los edificios de las escuelas parroquiales forman un cuerpo
único con la iglesia, y toda la actividad educativa se desarrolla
bajo la responsabilidad última del párroco local.
Gracias a su pionera
plantatio,
las escuelas católicas de Jordania adquirieron hace tiempo pleno
derecho de ciudadanía en el país. Cuando fue creado el Reino
hachemita de Jordania, la red escolar del Patriarcado latino –a la
que pronto se unieron los grandes colegios inaugurados en Amán por
congregaciones religiosas católicas– representaba todavía el único
sistema educativo “autóctono” existente.
Hoy, en la Jordania
atravesada por indescifrables procesos socioeconómicos motivados
incluso por los conflictos vecinos, también la educación se ha
convertido en negocio. La competencia es cada vez más asfixiante. En
los barrios más ricos de la capital surgen con ritmo frenético
nuevas escuelas privadas comerciales de nombres pomposos y agresivos:
Modern American School, Cambridge School, Islamic Colege, al-Shweifat
School… Para los profesores y el personal de las escuelas católicas
hacer bien su trabajo –horizonte discreto de su ordinario testimonio
cristiano– se convierte en garantía de supervivencia económica.
En el pueblo
cristiano de Fuheis, en el atrio de la escuela surgida junto a la
parroquia dedicada al Corazón Inmaculado de María, el retrato de la
Virgen que recibe a quienes llegan parece escrutar con maternal
curiosidad el cartel que le han puesto al lado, con la lista de los
mejores que aula por aula han conseguido las notas más altas en los
exámenes de fin de curso. El constante control público del
rendimiento escolar de cada estudiante que se registra en las
escuelas jordanas puede parecer desde el exterior un síndrome de
“eficiencia” calcada de los modelos importados del exterior. Un
ansia de resultados capaz de despertar en los estudiantes feroces
instintos competitivos y humillantes frustraciones. Pero solo
participando en este juego pueden las escuelas cristianas seguir
demostrando todavía hoy el alto nivel de enseñanza que están en
condiciones de garantizar. Un ingrediente esencial para mantener
viva la atracción que las escuelas cristianas siguen ejerciendo en
las familias musulmanas. Cada fin de año, el Ministerio de Educación
publica las listas de los diez estudiantes mejores en las distintas
asignaturas. Y cada año los estudiantes de las escuelas cristianas
aparece en las prestigiosas listas, contribuyendo de este modo a dar
lustre y fama a su escuela. En Fuheis los nombres de los pequeños
genios nacionales, que salen cada año, están incluso grabados en la
lápida de mármol colocada fuera de la entrada de la escuela,
precioso galardón que ostentar sin hipócrita modestia.
Adeste infideles
Abuna Bashir pasa
como un trueno con su sotana la viento por los corredores llenos de
sol de la escuela parroquial de Ader. Bromea con los niños, enseña
las fotos de las excursiones y el local utilizado para la escuela de
costura, entra también en el aula donde una maestra con velo ha
reunido a los niños musulmanes para la clase de Corán. «Están
haciendo su catecismo…», bromea el joven párroco. «Aquí hace siglos
que sabemos que para no reñir con los musulmanes es mejor no hablar
de doctrina y no sacar temas religiosos. Los padres musulmanes nos
mandan a sus hijos a nuestras escuelas. Saben que aquí encuentran un
ambiente diferente, donde los hijos crecen bien y nadie quiere
imponerle nada a nadie». Una vieja costumbre, que no todos
comprenden. «Hace tiempo, un misionero protestante americano quería
saber cuántos musulmanes había bautizado yo aquí en el último año.
Le dije que convertir a los musulmanes no era asunto mío. Entonces
me preguntó cuál era mi tarea. Le respondí que yo esperaba ayudar a
los cristianos a estar contentos de ser cristianos. Y punto».
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La parroquia de Cristo Rey en Misdar, en
el centro de Amán |
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Las estadísticas más
recientes revelan que durante el año escolar 2005-2006 poco menos de
la mitad de los más de 23.000 estudiantes de las escuelas católicas
de Jordania eran niños y muchachos de familias musulmanas. Más de un
cuarto de los casi 1.900 empleados –docentes y no docentes– de las
escuelas cristianas son también seguidores del Profeta. La regla
tácita de evitar cualquier controversia religiosa es para las
escuelas cristianas un dato grabado en su DNA, herencia de siglos de
ininterrumpida, aunque difícil, convivencia entre las tribus
islámicas y las cristianas de aquí. Pero la firme determinación de
evitar conflictos confesionales no se traduce en intentos veleidosos
de crear ambientes religiosamente “esterilizados”, sino que se
siguen costumbres maduradas en decenios de experiencias de buen
sentido cristiano: evitar cualquier tipo de proselitismo directo o
subliminal, enseñanza religiosa separada para cristianos y
musulmanes, oraciones comunes con las que todos puedan invocar la
misericordia de Alá, Señor de todos. Un ingenio de discreción y
delicadeza calibrado para favorecer la convivencia cotidiana, para
evitar una espiral de sospechas en los avatares cotidianos. Con la
esperanza de esparcir antídotos a la intolerancia incluso fuera de
las aulas. «Nuestro lema es: amigos en la escuela, amigos en la
sociedad», dice confiado Abuna Rifat Bader, autor de un visitadísimo
sitio web de información en árabe sobre la vida de la Iglesia (www.abouna.org)
y responsable de la escuela de Wassieh, la más joven de las escuelas
del Patriarcado latino. «Cuando uno ha estudiado con nosotros y se
ha encontrado bien, es difícil que luego vaya por ahí hablando mal
de los cristianos…». Una apuesta premiada por muchos pequeños
milagros cotidianos que ve ocurrir en las aulas, en el patio y los
pasillos de su hermosa escuela surgida en el desierto hace seis años,
durante el año jubilar. Mientras habla, el coro de la escuela ensaya
la representación de Navidad, repasando las escenas, los cantos
navideños en árabe, inglés, italiano. Cuentan una historia de hace
dos mil años, un niño nacido una noche fría en un establo, no lejos
de aquí. Los que cantan son unos treinta niños. Casi la mitad de
ellos son musulmanes.
El himno del hermano
Emile
En la entrada del
prestigioso “De La Salle” College de los Frailes de las escuelas
cristianas el retrato del papa Ratzinger campea rodeado de los del
rey Husein y el rey Abdulá. El hermano Emile, creativo director del
colegio, incluso le ha puesto música a un himno en honor del monarca
hachemita. El religioso de origen libanés decanta los efectos
estimulantes que, en su opinión, produce la convivencia entre
cristianos y musulmanes incluso desde el punto de vista educativo («restregad
vuestro cerebro con el cerebro de otro y saltará la llama»). Pero
explica sin reticencias también su devota deferencia hacia las
autoridades civiles: «Nosotros vivimos una vida tranquila porque el
rey, la familia real y también el gobierno están con nosotros. El ex
primer ministro y muchos ministros han sido nuestros alumnos. El
actual primer ministro ha mandado a sus hijos a nuestra escuela.
Mientras esté el rey, no tenemos miedo». También sor Emilia dice los
nombres de Alia, Aisha y Zayn, las princesas hijas del rey Husein
que se hicieron mujeres en los bancos de la escuela de las hermanas
del Rosario que hoy ella dirige. Vive con satisfacción, sin amargura,
su vocación cristiana al servicio de las muchachas musulmanas de
Jordania. Enseña con satisfacción los artículos y las fotos con los
miembros de la casa real y las altas autoridades del país presentes
en los graduation days
de la escuela. Sacude la cabeza frente a la creciente obtusidad
occidental a la hora de entender los factores en juego en la
delicada relación entre la mayoría islámica y las minorías
cristianas árabes en Oriente Medio. «Los problemas», dice, «nos han
llegado de fuera. Y de todos modos la casa real sabe cómo
afrontarlos de la mejor manera».
La fortuita y
providencial benevolencia de los hachemitas hacia todas las escuelas
cristianas del Reino no se expresa sólo en la generosa
disponibilidad para presidir las inauguraciones y las galas de fin
de curso. Desde que a partir de mediados de los setenta los Hermanos
Musulmanes –que siempre tuvieron en Jordania completa libertad de
actuación– indicaron la hegemonía en el campo educativo como el
instrumento de la islamización militante de la sociedad, la casa
real no ha dudado en poner en práctica su papel equilibrador con
medidas concretas. A finales de los noventa, cuando en las
universidades los profesores ligados a los Hermanos Musulmanes
eligieron aposta como fecha de examen el 25 de diciembre, el rey
Abdulá dio inmediata satisfacción a las protestas de los cristianos
transformando la Navidad y el Año Nuevo en días festivos para toda
la nación. En la programación semanal las actividades de las
escuelas cristianas se suspenden tanto el viernes como el domingo, y
cada escuela puede gozar de un día de fiesta para celebrar la
memoria de su santo patrón.
La otra cara de esta
predilección real es la absoluta adherencia a los programas
escolares ministeriales por parte de las escuelas cristianas. Jadun
Salameh, 28 años de profesor de árabe en las escuelas cristianas, es
la imagen viva de este respeto de las circunstancias. Ha enseñado
toda su vida y sin empacho una asignatura fundamental para todos los
curricula
escolares, basada en gran parte en el Corán y en los escritos del
Profeta, raíces religiosas de aquella civilización islámica donde él
y todos los cristianos árabes viven inmersos. La familiaridad llena
de respeto adquirida con los escritos sagrados y las concepciones
religiosas musulmanas («a algunos les costaba trabajo creer que soy
cristiano») le han ayudado a descifrar también la complicada partida
de ajedrez que todavía se juega en torno a la inspiración coránica
de los libros y los programas escolares.
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Laboratorio científico del “Tierra Santa”
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La estrategia de los Hermanos
Musulmanes en las escuelas tuvo su punto máximo entre 1989 y 1990,
cuando, aunque solo por pocos meses, los militantes del “despertar”
islámico en Jordania consiguieron el control del Ministerio de
Educación. Pero ya hacía tiempo que la inserción masiva de dosis de
Corán en los textos escolares y la insistente exaltación de la
“conquista islámica” respondían a los clichés de la propaganda
islamista, incluidas las llamadas a la
yihad
contra los infieles. Pero en los últimos años, tras el acuerdo de
paz con Israel (1994) y todavía más tras el 11 de septiembre, la
carrera islamista de los programas escolares parece haberse
decelerado. Un giro evidentemente inspirado por la casa real.
En noviembre de
2004, un año antes de los atentados en la capital jordana, el rey
Abdulá había lanzado el famoso “Mensaje de Amán” con el objetivo de
«aclararle al mundo qué es y qué no es el verdadero islam». Una
iniciativa con la que la dinastía hachemita trataba de reafirmar su
función de intérprete y garante de la «recta comprensión» de la fe
islámica, presentada como «un mensaje de fraternidad y humanidad,
que apoya lo que es bueno y prohíbe lo que es erróneo, aceptando a
los demás y honrando a todos los seres humanos». La aplicación de
este principio en campo escolar ha llevado a la paulatina
desaparición en los libros de texto de las poesías, las propagandas
históricas y las citas coránicas con riesgo de instrumentalización
fundamentalista. «Ahora», cuenta Jadun Salameh, «en los libros
encuentras solo versículos coránicos conciliadores, en los que se
exalta la belleza de la creación y de la convivencia pacífica entre
los pueblos. Ninguna huella de guerras santas, ninguna llamada a
someter al islam a los infieles…».
Una ayuda discreta
Si en las escuelas
cristianas la convivencia factual entre cristianos y musulmanes va
por senderos antiguos ya experimentados por siglos de vida común, en
la vida cotidiana del Reino estas experiencias corren el riesgo de
convertirse cada vez más en islas felices, enclaves residuales de un
pasado que añorar. Se sabe bien –ni que decir tiene– que también
aquí, en los últimos decenios, alguien ha envenenado los pozos de
relativa tolerancia que regaban una coexistencia más que milenaria.
Nada es ya como antes. Transforman los antiguos ritos de
“asuefacción” recíproca que regulaban las relaciones entre tribus
cristianas y musulmanas en Jordania. Los propios estudiantes de las
escuelas cristianas, cuando pasan a las universidades estatales,
sufren el asedio intimidatorio de profesores y colegas celosos,
encallecidos en sus propias certezas, que se creen llamados a
adoctrinar a los “pobres estúpidos”, hijos de la nación jordana, que
realmente creen que Jesús es el Hijo de Dios. El movimiento
islamista, la militancia religiosa extensiva ejercida en la vida
pública, se convierte para muchos de ellos en un acoso espiritual
asfixiante.
Precisamente ante esta
evolución las escuelas católicas saben que desarrollan su misión más
íntima y menos visible: hacer que sean fáciles, serenos, sin
complejos, los primeros pasos en la vida social de muchos niños y
muchachos cristianos. Sin construir fortines asediados, en un
ambiente abierto, haciéndoles crecer codo a codo con sus coetáneos
musulmanes. Permitiéndoles gozar, sin que se enteren, de los frutos
de gratuidad que la caridad cristiana hace brillar en el campo de
las ocupaciones más comunes. Antes de que lleguen las dificultades y
el tiempo de prueba.
Para el padre Hanna
Kildani, responsable de las escuelas del Patriarcado latino de
Jordania, todo esto quiere decir también luchar cada día con números
cada vez más rojos. Una de las consecuencias económicas del caos
medio-oriental es la fuerte reducción de los sueldos de esa clase
media a la que pertenecía buena parte de las familias cristianas,
que consideraban las escuelas del Patriarcado como “sus” escuelas.
Son cada vez más los que piden la exención parcial o total de las
cuotas ya insuficientes para cubrir los costes de la gestión
ordinaria. El generoso apoyo económico garantizado por los
Caballeros del Santo Sepulcro esparcidos por todo el mundo no
consigue ya poner parches a los presupuestos. «El déficit anual de
las escuelas patriarcales está creciendo vertiginosamente. Solo en
Jordania ha alcanzado los dos millones de dólares. Pero para nuestro
patriarca Michel Sabbah ocuparse de la educación de los muchachos de
todas las denominaciones cristianas es una prioridad inderogable, si
se quiere frenar también la emigración de los cristianos de estas
tierras. Queremos evitar por todos los medios que las familias
cristianas abandonen nuestras escuelas porque no tienen suficiente
dinero», explica Nader Twal, responsable de la comunicación en el
Departamento de Educación del Patriarcado latino. Algunos padres se
aprovechan de esto. Otros hacen lo que pueden, a veces volviendo al
viejo método del pago mediante onzas de aceite de oliva. Pero la
emergencia la afrontan sin excesivos alarmismos el padre Hanna y sus
colaboradores. Como sus antepasados, acostumbrados a la vida
precaria de las tiendas beduinas, saben que las cosas luego se
arreglan, si Alá quiere.
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